
I- Luz, Autonomía, Renovación y Autodescubrimiento
Livia despertó. Ya no buscaba placer; entendió que la gente confunde felicidad con la obtención de placer, con el obtener y cada vez más tener. Livia sintió que estaba justo donde debía estar, alcanzando la paz, entrenando su cuerpo, activando su cerebro y disfrutando del desapego.
Aprender a no necesitar: eso es el verdadero placer. Con cada golpe, recuperaba su poder. La decepción ya no impactaba en su corazón; su meta y objetivo eran su completa renovación y superación. De la oscuridad emergió, irradiando luz y atravesando las sombras, pues solo eran ecos del pasado, un recuerdo del que se sentía agradecida, pues ahora sabía lo que no quería a su lado. Orgullosa de todo lo que había logrado y finalmente apartada, Livia abrazó su fuego interior, un fuego del que jamás renegaría. La llama: o se nace con ella o no se hace. Quisieron apagarla, contenerla y aplacarla. Olvidaron lo esencial: subestimaron su potencial y su habilidad para convertir la combustión en explosión y expansión.
Había encontrado un refugio en la serenidad de su rutina. Sus días estaban llenos de entrenamientos disciplinados, dedicación a su carrera profesional y la búsqueda constante de paz interior. Sin embargo, bajo la superficie de esa tranquilidad, se libraba una batalla. Estaba en medio de un doloroso proceso de divorcio tras muchos años de relación con Carlos, un hombre que oscilaba entre la ternura y la furia.
Al principio, Carlos era muy detallista y entregado. Habían creado una relación donde absolutamente todo se contaba, y esa confianza comenzó a desquebrajarse a medida que su madre, Úrsula, se iba entrometiendo y Livia iba cediendo y desapareciendo. Úrsula, una mujer obsesionada por el control, pesimista y negativa, solo pensaba en tragedias, infundiendo miedos. Confundía la protección que debe brindar una madre con la manipulación y el control. Si se le llevaba la contraria, acababa haciendo uso del chantaje emocional para que uno terminara hastiado hacia su terreno.
Livia sentía que Úrsula se había adueñado de su familia y de su papel como madre, pues ella opinaba sobre todo, sin darse cuenta de que en esa familia ya había una madre y no era ella. Sin embargo, Livia sabía que Úrsula no era la única culpable de esa situación, pues se limitaba a contentar y dar por válida la versión de Carlos. Al fin y al cabo, era su hijo y su palabra ley.
Livia sabía que había abordado el proceso de separación de una manera demasiado tajante, apenas dando margen de tiempo para ser digerido. Sabía que las formas no habían sido las correctas, pero no sabía cómo hacerlo sin ocasionar dolor. Comprendía que, tras esa decisión, su vida cambiaría por completo y no habría vuelta atrás. Sin embargo, tenía la esperanza de que aquello fuera el eje que todo lo cambiara, el punto de inflexión, una llamada de atención para que Carlos cambiara, la comprendiera y la apoyara sin sentir que esa ayuda estaba condicionada a tener que vivir bajo un perfil plano, sin poder expresar lo que verdaderamente sentía, ya que eso producía rechazo e incomodidad. Livia sentía que debía esconder sus aspiraciones y pretensiones para no ser juzgada de ambiciosa, una avariciosa o una inmadura demente y caprichosa. Su trabajo ya no era de su agrado, sus idas y venidas, su aislamiento cada vez mayor en sí misma, discusiones que escalaban y sobrepasaban las líneas rojas del respeto y el "buen amor" si es que alguna vez lo había en un algún hombre conocido...
Carlos, a sus 39 años, se había envuelto en una espiral de desenfrenada locura, malas compañías y comportamientos poco convenientes. Aunque a veces mostraba un lado cariñoso y amable, su temperamento era volátil. En momentos de sentirse menospreciado o sobrecargado, se transformaba en alguien irreconocible. Durante este proceso de separación, Carlos machacaba a Livia con el cuidado y la responsabilidad de sus hijos. Ella, en aquellos momentos, trabajaba y estudiaba, y Carlos solo hacía que asfixiarla más en el estrés, amparándose en el castigo y venganza de su decisión de ponerle fin a la relación y al dominio de su personalidad bajo una máscara de buena esposa que le debe a su marido perpetuidad, estanqueidad y sumisión. La consideraba una persona manipulada, irreconocible e influenciada por su trabajo mientras que Livia se sentía maltratada tanto por él como por la familia política, que desde el primer día y durante meses la cuestionaban y denostaban... Le echaban en cara no atender sus obligaciones del hogar, no estar presente con sus hijos y ser una egoísta que solo perseguía la fama, el poder y el dinero. Nada más lejos de la realidad. Livia conocía bien lo que era el sacrificio, la humildad de conseguir las cosas por uno mismo, y el dinero nunca le había supuesto un problema... de hecho pese a ser la que por muchos años se mantuvo laboralmente estancada para asumir el cuidado de sus hijos y el peso de la casa, era la que tiraba de la economía familiar, las comodidades y la falta de preocupación en su derroche, nivel y ritmo de vida... exprimiendo a la gallina de los huevos de oro hasta que escapó y dejó de ser objeto de una enfermiza posesión.
Livia había pasado muchas noches en vela sin poder descansar, dándole vueltas a la cabeza, pensando en cómo salir de esa situación de violencia, cómo acabar con tanta influencia...cómo recuperar su propia voz y fortaleza, levantarse del suelo y no sentir vergüenza al renunciar y haber sucumbido a la indiferencia de su existencia, a una enajenada conciencia producto de episodios de injustificada vileza... su flaqueza, fue no poder contener más tristeza, hasta el punto de llegar a perder el miedo de sus actos, de los que ahora habría dejado una irreparable consecuencia para sus propios hijos, una vida exenta de su presencia, la duda sobre su insuficiencia y el recuerdo imborrable sobre su nombre, su egoísta e impulsiva imprudencia.
A pesar del caos que a veces la rodeaba, se mantenía firme en su búsqueda de equilibrio. Había aprendido a separar sus emociones, enfrentando cada desafío con una serenidad que solo el tiempo y la experiencia podían otorgar. La disciplina en su rutina diaria no solo fortalecía su cuerpo, sino también su espíritu. Cada ejercicio, cada momento de meditación, le recordaba su capacidad de resiliencia y su compromiso con su bienestar.
Sus hijos, Sofía y Héctor, eran su mayor motivación. Sofía, con su curiosidad insaciable y su risa contagiosa, y Héctor, con su dulzura y mirada inocente, le recordaban diariamente por qué debía seguir adelante. Livia les enseñaba, a través de su ejemplo, la importancia de la fortaleza interior y la paz mental. Les mostraba que, a pesar de las adversidades, siempre había una luz al final del túnel.
El proceso de divorcio no era fácil. Carlos, a menudo influenciado por sus problemas personales, intentaba complicar la situación, negándose a llegar a un acuerdo amistoso. Livia, sin embargo, se mantenía firme. Sabía que ceder a sus demandas irracionales solo prolongaría el sufrimiento de todos, especialmente el de sus hijos.
Un día, después de una intensa sesión de meditación, Livia tuvo una epifanía. Decidió que no permitiría que las acciones de Carlos y sus problemas definieran su vida ni la de sus hijos. Comprendió que su verdadero poder residía en su capacidad para mantenerse en calma y enfocada, independientemente de las circunstancias externas. Con esta claridad renovada, comenzó a trabajar en un plan detallado para asegurar el bienestar emocional y físico de Sofía y Héctor.
Además, Livia decidió retomar su pasión por la escritura. Durante mucho tiempo, había dejado de lado su amor por las palabras, enfocándose en sobrevivir día a día. Ahora, con una perspectiva más clara y un corazón más ligero, encontró en la escritura una forma de sanar y expresar todo lo que había vivido. Las noches, después de que sus hijos se dormían, las dedicaba a llenar páginas con sus pensamientos, emociones y sueños para el futuro.
Mientras Livia estaba sentada en el café local, escribiendo en su cuaderno, una mujer mayor se le acercó. Tenía una presencia serena y una mirada sabia. La mujer, llamada Marian, había notado a Livia escribiendo durante varios días consecutivos y decidió hablarle.
—Veo que siempre te sientas en el mismo lugar, en la mesa del fondo, la más retirada, la más solitaria —dijo Marian con una sonrisa amistosa—. Como sigas así, acabarás atravesando el papel... ¿Qué hay en esas hojas que no puedas decir sin más? escribes, revisas, tachas y vuelves a empezar...
Livia levantó la vista, sorprendida por la observación de Marian, pero también sintiéndose curiosamente aliviada por la atención.
—Ni siquiera sabría por dónde empezar —respondió Livia, con una risa nerviosa—. Hay tanto que contar... que ni yo misma me puedo aclarar de cual sería el principio de todo... Solo escribo palabras y emociones sueltas, inconexas... No sé si ni siquiera tiene sentido, es perturbador o directamente aborrece y adormece al lector. Simplemente sé que no puedo contarlo de otro modo... o quizás haya cosas que es mejor preservarlas en el recuerdo de la memoria...
La conversación con Marian fue reveladora; resultó ser una editora retirada que había ayudado a muchos autores a publicar sus obras. Marian vio potencial en las palabras de Livia y le ofreció guiarla en el proceso de publicación de un libro.
—Tienes una voz poderosa, Livia. Puedo sentir la pasión y el dolor en cada palabra que escribes. ¿Has pensado en convertir todo esto en algo más grande? —preguntó Marian, observando con atención las páginas llenas de emociones.
Livia se quedó en silencio un momento, sorprendida por la sugerencia. Nunca había pensado que sus pensamientos desordenados pudieran ser algo más que un desahogo personal.
—No sé... No sé si tengo la capacidad de hacerlo, el talento o ya por el simple hecho de no querer ofender y herir la sensibilidad de aquellos que se dedican profesionalmente —murmuró Livia, sus dedos tamborileando nerviosamente en la mesa.
Marian le sonrió con comprensión y dijo:
—Deja que te ayude. Juntas podemos dar forma a tus experiencias y convertirlas en algo que pueda inspirar a otros. No subestimes el poder de tu historia.
Flashback:
Era un viernes por la tarde, finales de mayo, cuando al salir de recoger a sus hijos del colegió, decidió ir a la terraza de la cafetería donde acostumbraban a juntarse y pasar un rato en compañía de otros padres mientras los niños jugaban en el parque justo delante, pues era una zona peatonal abierta y con varios bares de terrazas. Había vivido muchas situaciones tensas en ese lugar, se había prometido no volver, para evitar un encuentro fortuito o escenas innecesarias. Sin embargo, se dijo a sí misma: "Los miedos se atraviesan, no se afrontan... ¿De qué deberías esconderte?."
Así pues juntaron varias mesas y se sirvieron de sus habituales consumiciones, medianas, cañas, zumos para los niños y sobre la marcha cada uno de ellos fue escogiendo acorde a su preferencia. Todo parecía ir tranquilo y Livia estaba convencida que no se produciría ningún incidente... sabía que Carlos, al día siguiente tenía un viaje a Londres con varios amigos, por lo que seguramente, pensó Livia, estaría preparando su equipaje. Livia se giró a controlar a sus hijos que jugaban con sus amigos en el parque, cuando de repente vio a lo lejos a Carlos que se acercaba con paso decidido, hacia la terraza, su dirección era clara...unirse a la mesa en la que estaban. Un sudor frío empezó a recorrerle a Livia por el cuerpo, era como el preludio de un escalofrío, la puesta en marcha de la alerta ante un posible ataque.
Carlos se acercó a ella y la besó en la mejilla...
— Tranquila, vengo en son de paz... le dijo a ella, se sentó en la mesa con los demás padres como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. Aquel día, Carlos se había ido como alma que lleva el diablo, con un fuerte portazo, dejando a los niños alterados por su repentina aparición y violenta retirada. Había tenido una discusión con el por teléfono y al colgarle Livia el teléfono y no querer continuar en el bucle constante de reproches y ataques, se presentó en su casa, persiguiéndola y obligándola a escuchar todo lo que tuviera que decir... Livia se había quedado drenada, con la energía justa para tranquilizar a Sofía y Héctor. Sabía que no era justo para ellos, se sentía muy culpable por no saber como distanciarse y de su ego olvidarse. Aprovechando que Carlos se encontraba en el interior de la cafetería pidiendo en la barra, Livia decidió que era el momento de coger y apartarse para calmarse, restablecerse y no precipitarse en sus acciones.
— Chicas voy a por merienda para los niños, necesito coger aire y pensar, después de lo de ayer no entiendo que hace aquí y no me fío de su reacción, no logro comprender qué es lo que pretende...
— ¿Me podéis hacer el favor de controlar y vigilar a los niños? Livia se apresuró rauda al colmado que se encontraba justo girando a la derecha , haciendo esquina al final de la calle, pensando en como actuar con normalidad frente a los demás y sus hijos.
—¿ Dónde está Livia? preguntó Carlos al salir con su cerveza en la mano.
— Ha ido a por merienda para los niños — contestó Carolina, una de las madres que allí se encontraba.
Carolina había sido a lo largo de este tiempo una gran ayuda para Livia, aún manteniéndose en una postura neutral y sin decantarse por un bando u otro, supo estar al nivel de las circunstancias, con sinceridad aún cuando Livia sabía que no le iba a gustar lo que tendría que escuchar.
Sentada en la mesa, Livia se sentía muy incómoda. Escondiendo su mirada tras sus gafas de sol, las lágrimas de dolor brotaban de sus ojos y la ansiedad se apoderaba de su respiración, se encontraba sometida a mucha presión, la tensión solo hacía que acelerar los latidos de su corazón. Sabía que lo mejor era marcharse, cortar por completo y erradicar esa insólita situación, sin embargo en su pensamiento sentía que no era justo que tuviera que marcharse con sus hijos, tenía derecho a estar en ese lugar y que sus hijos pudieran con sus amigos jugar. Finalmente decidió que lo mejor para el el grupo era alejarse, irse a su casa y retomar el equilibrio de su paz mental.
Livia se levantó para entrar en el local e ir al servicio, pero no quería pasar por delante de Carlos, quien se encontraba de pie fumando justo en la entrada de acceso. Así que decidió dar la vuelta por la terraza del restaurante de al lado y pasar por detrás de Carlos.
Carlos, lleno de ira al ver su desprecio, la agarró fuertemente del brazo, haciéndole daño. Livia sabía que no era intencionado, pero Carlos ya se encontraba fuera de sí, absorto y ciego de rabia. Sabía que cuando la ira lo recorría, ya no veía, ya no era él, ya no se podía razonar.
—Escúchame —dijo Carlos, nervioso y con un tono que denotaba desesperación—, escúchame... quiero hablar contigo.
Livia, sin mirarle a la cara, contestó:
—No tengo nada que hablar contigo. Todo está muy claro, déjame por favor y suéltame.
Carlos no la dejaba ir. Los otros padres observaban atónitos, pues la situación ya denotaba cierto ambiente de hostilidad y agresividad. Livia siguió en su misma postura, pero Carlos, desatado y encolerizado, le empezó a dar toques en la frente con su dedo índice.
—Lista, que eres una lista... la culpa es toda tuya, subnormal. Tú fuiste la que me dijo que hiciera mi vida y que yo no era nadie para interponerme en tu vida... lista...
Livia sintió una mezcla de miedo y vergüenza. La agresividad de Carlos estaba fuera de control, y la gente alrededor comenzaba a murmurar. Finalmente, una de las madres intervino.
—Carlos, suéltala —dijo firme y con autoridad—. Esto no está bien.
Carlos miró a la mujer, y por un momento pareció dudar, pero finalmente soltó a Livia, quien rápidamente se alejó. Lo que Livia no sabía en aquel momento es que, aunque él se alejara, luego volvería a la cafetería, dispuesto a ir a por ella. Livia no lograba olvidar el miedo que pasó aquel día, la humillación a la que se vio sometida, la impotencia de no actuar con valentía y firmeza. Se dispuso a pagar cuando la avisaron que se acercaba rápido y con una actitud chulesca, directo hacia donde ella estaba. Livia no supo que hacer, sabía que si salía se lo encontraría de cara y no quería que la volviera a insultar, ya no podía soportar más, ya no le quedaban fuerzas... por lo que optó por encerrarse en el baño y llamar a su hermana para pedir ayuda y que le aconsejara como salir de esa situación pues Livia por primera vez en mucho tiempo, reconoció sentir miedo. Era otro Carlos, otra persona, era su verdugo, no quedaba rastro de amor en sus ojos, venganza y una furia desmedida.
Fin del flashback:
Livia volvió al presente y se dio cuenta de que Marian seguía hablando, animándola a seguir adelante con su escritura.
—Livia, tu historia es poderosa. La gente necesita escucharla. Puedes inspirar a muchos con tu experiencia —dijo Marian con convicción.
Livia asintió, reconociendo la verdad en las palabras de Marian. El flashback había sido doloroso, pero también le había recordado cuánto había crecido y cuánto estaba dispuesta a seguir adelante.
—Tienes razón, Marian. Es hora de que mi historia vea la luz. Escribiré mi libro, no solo para mí, sino para todos los que necesitan saber que hay esperanza después del dolor —respondió Livia, con determinación renovada.
Así, con el apoyo de Marian y la fuerza de su propia resiliencia, Livia se embarcó en la tarea de escribir su historia, transformando su dolor en palabras que iluminarían el camino para otros.
Continuará...
LA- ᚢ ᛏ ᛟ Δ