
Vivir no es una ciencia exacta, morir el final de un acto.
Hoy solo tengo ganas de una única cosa: escribir sin saber qué decir, pensar sin expresar y hablar sin reflexionar. Desde hace días, me cuestiono hasta qué punto las personas somos tan necias, tercas y egoístas, ajenas al prójimo en nuestra burbuja e idealización de una vida perfecta, basada en el tener, hacer y mantener.
Vivimos en una era en la que todo se mide, se evalúa y se puntúa. ¿Qué queda, entonces, de verdad en algo que no sabes si surge de forma innata o espontánea? Verdades a medias, verdades enteras, persona o personaje, amabilidad o debilidad, caridad o pasividad, incertidumbre o estabilidad, seguridad o disconformidad. ¿Dónde ha quedado la libertad de oportunidad?
Dicen que las reglas están para romperlas; creo que, más bien, están para corromperlas, para salir del rol designado y empezar a explorar lugares poco transitados. También se dice que en el amor y la guerra todo vale, que lo inteligente es dejar marchar, lo correcto es aceptar y lo adecuado es poner un parche nuevo y avanzar.
Doy fe de que me ha costado mucho. He estado atrapada en un bucle eterno, en una espiral de la que no vislumbraba el final. Lejos de haberlo encontrado, hoy no necesito aceptarlo para afrontarlo. Nací con un impulso que aún no he aprendido a controlar; pura energía y rebeldía, con una tendencia al sobre análisis, un mecanismo de protección basado en la detección y la confirmación.
Mi talón de Aquiles ha sido el miedo constante a dejar mis palabras en manos de aquellos que ya no están, de tumbas en las que llorar y de pactos que fueron derribados. Desde pequeña, sentí cada imposición y obligación como un agravio a mi corazón. Trabajé para artesanos, para un sastre con vocación cuya devoción fue aprender a zurcir heridas de decepción, frustración o negación ante la reasignación. Me tildaron de influenciable, manipulable, inmadura, caprichosa y vanidosa. Nada más lejos de la realidad: he demostrado fuerza de voluntad cuando todo ha fallado y terquedad ante lo que a otros les dicta su conciencia o mejor dicho en su inexistencia. Vivir no es una ciencia exacta; es el resultado de un sinfín de intentos fallidos, momentos pasados y acabados, y la nostalgia de un futuro que anhela conocimiento, crecimiento y pureza de pensamiento.Si algo me mantiene viva es la esperanza. Albergamos y depositamos continuamente fe en el porvenir, en el sentir, en dejar de tener que fingir, en la confianza como base de una alianza. Te cuestionas cuál será la realidad de la otra persona, para poder entender aquello que ni siquiera puedes ver, creíste saber y delegaste en su poder.
Hay personas que entran en nuestras vidas para enseñarnos valiosas lecciones, conclusiones que cambian nuestra percepción e impactan nuestra elección anidando en nuestro subconsciente. Sin embargo, cada vínculo y relación dependerá de la situación, ya que las personas no siempre actúan desde el corazón ni forjan una sólida unión basada en el respeto. De esta extraña conjunción he hecho mi particular obsesión: la aparición de un patrón enclavado y arraigado, años malgastados bajo el paraguas de la costumbre y el derecho adquirido, entregar sin esperar, amar sin ser correspondido o querer y aferrarme sin sentido a pesar del juicio al que se me había sometido.
Construí sin fijarme en los cimientos, me adentré en lo incierto y descubrí la depreciación del tiempo que invierto. Comprendí que lo que di jamás volverá a recuperarse; se difuminará hasta que la memoria desista en su empeño por borrar y apartar.
Me avergoncé en su día por presentarme al baile de máscaras sin disfraz, mostrando las dos caras de la moneda y dejando de actuar. Encontré personas con las que jamás pensé que podría conectar, mientras que por otro lado tuve que aceptar el silencio de quienes optaron por callarse y alejarse ante las dificultades. Me preguntaba una y otra vez cuál había sido mi error, cuál había sido mi ofensa, crimen o delito. Los hechos fueron la única respuesta, la ausencia, la única consecuencia, el cisma de mis creencias, el desarraigo de mi certeza y la incredulidad ante la delgada línea que separa la honestidad de la enemistad.
La tristeza llegó a invadirme y la falta de lucidez pudo con mi cuerpo. Había perdido el rumbo del camino que recorría, olvidando la calidez de la claridad, la desnudez del alma y la importancia de ser fiel a uno mismo. En mi empeño por olvidar, me olvidé. Surgió la obsesión por la recuperación y superación, por la victoria de mantener intacta la paciencia de mi corazón, dejar de camuflar la desazón, perdonar y volver a empezar. Esta vez, con la selección natural de mi inspiración e intuición, que me advierte y el subconsciente me previene. A pesar de todo, sigo adelante.
En el gran teatro del mundo, habrá a quienes les resultará sencillo reconocer lo que posees y, quizás, piensen que pueden comprenderlo. Se sentirán atraídos como un tiburón a la sangre. Sin embargo, jamás podrán replicarlo; lo auténtico y lo innato no admite copias. Podrán verlo, pero dominarlo es otro nivel,pues exige una altura que pocos alcanzarán.
Esa furia desmedida que veo en mi hija es el reflejo de una rabia contenida, de una chispa que no debería apagarse, más bien educarse para no quemarse ante la primera adversidad. Ella debe aprender a controlarse para no autoinmolarse en su propio fuego. A pesar de esto, me siento feliz, sabiendo que mi labor como madre está dando sus frutos. No la he criado para instalarse en el lamento,y aunque en muchos momentos puedo parecer estricta o insensible, en realidad es todo lo contrario. Le estoy enseñando a lidiar con lobos disfrazados de corderos y con corderos que ocultan su verdadera naturaleza, que no eluda su singularidad , su rareza, su verdadera belleza.
Debo sentirme orgullosa: desde la oscuridad, fui capaz de crear luz. Tengo los objetivos claros y creo firmemente que el tiempo no lo cura todo; más bien, te recuerda lo que debes dejar atrás y te empuja a seguir adelante, poniendo cada cosa en su justo lugar. Al final, cada uno elige dónde quiere estar... lo demás son excusas y ya no me sirven. Sin compromiso no hay voluntad y, sin voluntad, no hay verdad. La vida te dará todo aquello que puedas soportar.
El 17 de agosto del año 2000, perdí a mi padre,justo el mismo día de su cumpleaños , y yo por aquel entonces tenía la edad de doce años. Fue un momento desgarrador; lo vi morir ante mis ojos, exhalando su último aliento mientras sus pulmones se llenaban de líquido. En un acto compasivo, le administraron morfina para aliviar su sufrimiento y darle un final digno. A pesar de la gravedad de la situación, no pude llorar; no sentí nada. En ese instante, algo cambió en mí para siempre. Fue un punto de inflexión, uno de muchos que he tenido que enfrentar desde temprana edad.
Esa pérdida marcó el comienzo de un viaje complicado, donde el apego se mezcló con la dependencia, y el miedo a la soledad se convirtió en un compañero constante. Aprendí a construir muros a mi alrededor, protegiéndome de la vulnerabilidad y del dolor, pero, a la vez, atrapando me en un ciclo de soledad. La necesidad de compañía se volvió una búsqueda desesperada, y cada relación se transformó en una balanza entre el deseo de conexión y el temor a perder nuevamente.
Con el tiempo, comprendí que el apego puede ser un doble filo: puede brindarte calidez y consuelo, pero también puede atarte y limitarte. Y así, en mi lucha por encontrar el equilibrio, reemplacé mi vulnerabilidad por una armadura que me ha acompañado desde entonces, una protección que a menudo me impide sentir plenamente. Después de un nuevo punto de inflexión, en el que todavía siento que mi capacidad de resistencia podría haber dado mucho más de sí, me encuentro en paz. He aprendido a abrazar la soledad como una parte fundamental de mi carácter y personalidad. Este viaje me ha permitido descubrir una libertad que antes no conocía, una oportunidad para entenderme mejor y aceptarme tal como soy. La soledad, lejos de ser un vacío que temer, se ha convertido en un refugio donde puedo explorar mis pensamientos y emociones sin las distracciones del mundo exterior.
No suelo hacer bizcochos o manualidades para mis hijos; soy un poco torpe y tengo una paciencia limitada. Prefiero hacer el tonto, reír, gritar o llorar dejando a un margen mi obsesión por el orden y la limpieza... algo que llevo tiempo evadiendo de mi cabeza... Pasar por todas las emociones sin esconderme, mostrándoles a mis hijos que su madre puede ser maleable, puede doblarse sin romperse. Soy capaz de reinventarme, de alzarme y coronarme tras cada desafío.
Admito que suelo equivocarme y caerme cientos de veces, pero no por ello dejaré de subir peldaños, cimas o acantilados.Describen a la mujer Tauro como alguien firme como la roca, que también sabe adaptarse, encontrar su lugar en el mundo... no me compete a mi atribuirme ese concepto por respuesta, si mantener mi conciencia intacta, lo que me da la fuerza y la gracia que necesito para seguir adelante y sobre todo....en constante movimiento.
"Destrúyete para conocerte, constrúyete para sorprenderte, lo importante no es ser si no transformarse". Kafka - LA (ᚢ) ᛏ ᛟ